Todo comenzó allá por 1982, cuando una madre llevó al cine a su hijo de 6 años por primera vez. En uno de aquellos cines de antes, de pantalla enorme, se proyectaba E.T., y, desde aquel día, aquel niño descubrió una indescriptible necesidad por repetir la experiencia, una y otra vez...

miércoles, 10 de junio de 2015

Mad Max, Furia en la Carretera




Hay muchas cosas sorprendentes en este Mad Max de 2015. Vaya por delante que me ha gustado, aunque no tanto como para participar de la explosión de júbilo que se ha vivido a todos los niveles, de crítica y público. Efectivamente, está logrando una recaudación extraordinaria y unas alabanzas entre los plumillas casi unánimes. Yo me alegro por Warner, que consigue una nueva franquicia para solventar el panorama post-Harry Potter, y a la espera de su Batman v Superman, llamada a abrir el universo de los héroes de DC en el cine, pero no puedo dejar de alucinar con lo que ha ocurrido con la puesta al día del clásico. Me explico…



 

No he vuelto a ver el Mad Max de 1979. La vi en su día en VHS, junto a las secuelas, y visto el remake, me resulta increíble que éste sea tan descaradamente fiel al espíritu de las dos primeras (sí recuerdo que la tercera, con aquella Tina Turner desmelenada, pretendía abrazar más claramente al público mayoritario, alejándose en parte de la radicalidad argumental y estilística de las dos propuestas anteriores).

Porque, en mi opinión, George Miller ha hecho en 2015 lo mismo que en 1979. Con mucha más pasta, claro, pero ha ofrecido lo que en su día ofreció: acción sobre ruedas a cargo de seres estrambóticos, deformes física y moralmente. Una golosina, por tanto, para quienes disfrutaron y disfrutan aún hoy con las dos primeras películas. A mi ésta me ha dejado igual, satisfecho, sin más, quizás porque no me esperaba lo que vi.

 

Creo que es raro que se haya hecho un blockbuster así, y creo que es todavía más raro que haya triunfado en taquilla. Me extraña que Miller tuviese luz verde para hacer esto y que el personal haya acogido la propuesta de una forma tan satisfactoria. Es un taquillazo sin amoríos adolescentes, sin argumentos para todos los públicos, con presencias desagradables en pantalla, con un protagonista que apenas abre la boca y, eso sí, con una Charlize Theron estupenda, pero alejada de la versión dulce y seductora que hemos conocido antes. Y, además, manca. Son dos horas de persecuciones brillantemente rodadas y nada más. Es tal la simpleza que hasta otro éxito de estos días, Fast & Furious 7,(increíble: la cuarta película más taquillera de la historia…) parece de una profundidad y trascendencia destacables en comparación con este Mad Max.

Pero, como dijo algún productor de Hollywood cuyo nombre no recuerdo, en la industria del cine, “nadie sabe nada”. Sí se sabe, claro, que si una fórmula triunfa hay que seguir y apostar por ella, creando estas sagas que se convierten en el refugio de las majors para presentar resultados económicos. Ése es el motivo por el que se minimizan los riesgos. Casi no queda espacio para el autor, para el cineasta. Es preferible insertar a los que demuestran talento en sus óperas primas en el sistema de producción, que termina por engullirles haciendo que se evapore todo rastro de autoría.

Y en éstas que aparece George Miller, con 70 años, que acepta el reto y firma una peli post-apocalíptica totalmente diferente a las que se hacen hoy, pero…muy parecida a la que él hizo treinta y seis años antes. Su Fury Road es una locura, un lavado de cara costoso, que hace que su criatura reluzca y encandile a casi todos. Malos feos, un Tom Hardy mucho más feo que aquel Mel Gibson imberbe de finales de los setenta y una trama inexistente.

A mi me ha pillado fuera de juego, aunque con ganas de adivinar por dónde seguirá ahora la franquicia. Pero sí me apetece reivindicar la figura de un George Miller que terminará su carrera (espero que le quede cuerda para rato) con una filmografía tan decente como sorprendente. Estamos ante un tipo que ha sido capaz de hacer Mad Max y Babe el Cerdito Valiente, un australiano inclasificable que le ha demostrado a un gran estudio que se puede ganar mucho dinero repitiendo una fórmula tan arriesgada como simple.

Tan simple que quien haya leído esta crítica no habrá encontrado muchas referencias al argumento, a la puesta en escena o a las interpretaciones. No hay mucho que contar sobre eso. Pero sobre la osadía y el triunfo de lo sorprendente, sí.
 
Mi puntuación en IMDb: 7.
 

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