El género catastrófico es, probablemente, el más encorsetado
en los lugares comunes que todo género que se precie ha de tener. Desde los 70,
con aquellos exitazos perpetrados por Irwin Allen, el esquema se viene
repitiendo: desastre natural, amenaza masiva y un reducido grupo de personajes
que pelean por la supervivencia. Sólo en los efectos visuales, como es lógico,
se aprecian novedades significativas. San
Andrés visita esos lugares comunes, pero patina en los perfiles de los
personajes. Eso sí, si te gusta este tipo de cine, te gustará.
Que los efectos visuales serían imponentes lo suponíamos.
Que el planteamiento sería el que es, también. En San Andrés todo se derrumba de una forma tan espectacular que
mientras la ves, piensas que ésta hubiese sido la peli perfecta para recuperar
el “sensurround”, aquella experiencia desarrollada por Universal en 1974, que
permitía sentir en las butacas de los cines las sacudidas provocadas por el seísmo
en la película Terremoto. Que yo
recuerde, sólo en aquel divertimento de Roland Emmerich titulado 2012, las cosas se derrumbaban de forma
parecida.
Y luego está lo otro. Es evidente que en este tipo de cine
la catástrofe importa más que quienes la padecen , pero en este caso nos
quedamos con ganas de que se lleve a todos por delante. Nos presentan a un
grupo de personajes del que sólo se pueden decir cosas malas: perfiles ñoños,
previsibles, interpretados por un grupo de actores que podrían haber salido
mejor parados, de no tener que lidiar con semejantes rasgos de personalidad.
The Rock hubiese estado mejor si no le hubiesen obligado a compartir escenas
dramáticas. Carla Gugino es una actriz estupenda, aquí la única capaz de
aguantar el tipo. Ioan Gruffudd parece reírse de su personaje, arquetipo de
malo al que espera un desenlace inevitable (lástima de aquellas pelis de Los 4 Fantásticos, porque a mi este tipo
me parecía un muy buen Mr. Fantastic). Paul Giamatti quiere aportar calidad
pero no puede. Y Alexandra Daddario estaba mucho mejor en True Detective, claro. Y además hay un niño repulsivo.
Pero a mi me gusta este cine. Siempre he disfrutado cuando
Hollywood ha pretendido destruir el mundo. Me gustaban las pelis de los 70, cuando Irwin
Allen prácticamente inauguró el género con Poseidón,
me gustaban las de los 90, con los meteoritos de Armaggeddon y Deep Impact, y me gustaban las locuras de Emmerich,
quien podría haber firmado San Andrés,
que bebe descaradamente de El Día de
Mañana y 2012.
Estamos ante cine veraniego, un blockbuster que sólo
pretende hacer pasta. Como todos, por supuesto, pero bajo las premisas de un
género muy definido y casi siempre rentable. En ese sentido, justo es reconocer
que aquí, más que en ninguna otra superproducción de este verano, se ofrece lo
que se promete. Si uno se mete en cine a ver una de Marvel, puede salir
defraudado, aunque sepamos que son superhéroes, ya que hay más matices, más
variables a tener en cuenta. Pero si te metes
a ver una peli de terremotos como San
Andrés y sales cabreado, entonces no debiste de haber entrado. Hay honestidad
en la propuesta.
La dirige Brad Peyton, que no es nadie. En su haber sólo
encontramos la secuela de aquella floja versión de Viaje al Centro de La Tierra, también con The Rock. Es evidente que
Warner ha pretendido eso que tanto se lleva ahora: contratemos a un bizcochable
y limitado director que no haga cosas raras con lo que tenemos entre manos. Nada
de rastros de autoría. Y además nos sale más barato.
Y el resultado es el deseado: planos generales para las
escenas de destrucción de la ciudad y planos cortos para las peripecias de los
que quieren salvarse. El mérito se lo llevan los responsables del CGI y las
pantallas azules. California se viene debajo de una manera admirable. Y eso a mi
me gusta.
Mi puntuación en IMDb: 6.
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