Todo comenzó allá por 1982, cuando una madre llevó al cine a su hijo de 6 años por primera vez. En uno de aquellos cines de antes, de pantalla enorme, se proyectaba E.T., y, desde aquel día, aquel niño descubrió una indescriptible necesidad por repetir la experiencia, una y otra vez...

martes, 26 de enero de 2016

Pulp Fiction


Otro de mis artículos publicados en su día en la web de la revista con la que colaboraba. Ahora que tiene en cartelera Los odiosos ocho, yo os presento Pulp Fiction, la jodida obra maestra de Quentin Tarantino:






Temía escribir sobre Pulp Fiction, básicamente porque resulta difícil escribir sobre una película a la que tantos escritos y análisis se  han dedicado. Pero éste es un blog que recoge las inquietudes de un cinéfilo, y sentiría que tendría una cuenta pendiente con quien me lea si no hablo de una de mis películas favoritas de siempre. Y cuando hablo de “película favorita” me refiero a una que entraría en una lista muy pequeña, no a una película que metería en el típico listado de veinte o cincuenta. Efectivamente, Pulp Fiction, la recordada maravilla de Quentin Tarantino, está entre mis tres o cinco películas favoritas de todos los tiempos.

Y como este artículo trata sobre una obra tan sobada por los críticos y analistas, tan desmenuzada analíticamente, estudiada y milimétrica y exhaustivamente considerada, me limitaré a hacer, una vez más, lo que llevo haciendo desde que los responsables de la revista Acción me cedieron un blog en su web, es decir, comentar desde un punto de vista meramente personal qué significó para mi la película, y por qué se convirtió en uno de mis referentes cinematográficos fundamentales. Porque si el cine tiene mucho de personal, en cuanto a gustos y opiniones, no podía dejar pasar la oportunidad de explayarme aquí acerca de las sensaciones que me produjo asistir a la definitiva consolidación de quien es, en mi opinión, el mayor talento que ha surgido en el cine en los últimos veinte años.

La historia es conocida. Pulp Fiction fue el segundo largometraje de Quentin Tarantino, quien había revolucionado el panorama cinematográfico en 1992 con Reservoir Dogs, una película que se convirtió en protagonista de los corrillos cinematográficos más elitistas, la obra de la que hablaban todos los chalados del cine que rebuscan más allá de los productos comerciales, siempre con la intención de encontrar fuera de los circuitos convencionales películas distintas y estimulantes. Yo, ya por aquel entonces, encajaba a la perfección en ese perfil de cinéfilo inquieto, a pesar de que, como muy bien supondrán quienes sigan con asiduidad este blog, nunca he hecho ascos a las propuestas más palomiteras. Pero, en aquel lejano 1992, y, sobre todo en 1993 (ya que la película se estrenaría en España en octubre del 92 en un reducido número de salas y tendría especial relevancia en los videoclubs al año siguiente), todo apasionado del cine hablaba sobre Reservoir Dogs. Y los medios especializados, la prensa, las revistas, comentaban el impacto que había tenido la obra, sobre todo desde su estreno en el Festival de Sitges, en el que Tarantino logró los premios como mejor director y guionista, cediendo en el de mejor película ante Ocurrió cerca de su casa, aquel falso documental de terror belga que, al contrario que Reservoir Dogs, caería en el olvido a los pocos años. No sería la única vez que a Tarantino le birlasen premios en favor de obras mucho peores, y en contiendas de mucha más enjundia que nuestro querido Festival Internacional de Cine de Cataluña.


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Reservoir Dogs era una película sobre robos y atracos, género recurrente cuyos cimientos tambalearon con el huracán Tarantino. La película no asombraba desde el punto de vista argumental, sino como absoluta rompedora en cuanto a personajes y diálogos, aspectos en los que residía su verdadero valor. Nunca hasta ese momento habíamos conocido a una panda de ladrones que debatían acerca de la interpretación de canciones de Madonna (anticipo, quizás, del profundo apego del director a la cultura popular, la misma que estaría presente en su segunda película), o que cantaban pegadizas canciones mientras rebanaban una oreja a un secuaz. Las frases que soltaban los personajes eran contundentes y, en muchos casos, violentas. Con el paso de los años, Tarantino se ha confirmado como un director violento, ya no desde el punto de vista físico o estético, sino también dialéctico, con sentencias repletas de mal gusto, tacos, blasfemias y frases desgarradas. Pero, lejos de ser algo reprochable, es imposible rendirse ante la habilidad del tipo para encontrar su estilo en lo soez y en la violencia, componiendo a lo largo de su filmografía escenas memorables con abundantes diálogos que en manos de otro director hubiesen sido calificados como ejemplos de mal gusto.

Pero volviendo a lo personal, quien esto escribe empezó a leer y a oír cosas sobre la película tras su paso por Sitges, con lo que el interés fue aumentando por momentos. Como no podía ser de otra manera, sobre todo viviendo en una ciudad pequeña de escasa oferta cinematográfica, pude ver Reservoir Dogs gracias al videoclub, en donde la película se convirtió en objeto de deseo y adoración por parte de todo buen cinéfilo. Ignoro la cuantía de los ingresos que produjo por su alquiler, pero seguro que, en relación a su promoción, resultó un excelente negocio para los regentes de esos locales, hoy en vías de extinción por el auge de internet.

Como no podía ser de otra manera, Reservoir Dogs me impactó, me impresionó por esa vuelta de tuerca a un género siempre interesante, pero al que Tarantino había impregnado de tantas cosas que hasta podías olvidar que estabas viendo una peli de atracos. Me reí con los diálogos, y la acertada selección de canciones hacía que por momentos te evadieses de la trama que contaba la película, como si asistiese a un festival de referencias populares mientras unos gángsters urdían un plan.

Y, como no podía ser de otra manera, me quedé con ese nombre de fonética llamativa y contundente. Quentin Tarantino se había convertido en alguien a tener en cuenta, vista su ópera prima, pero no podía imaginarme la relevancia que alcanzaría sobre el cine en general, y sobre mi, como cinéfilo, en particular. Cuando empezó a surgir información acerca de su nueva película, ahí estuve, pendiente de todo lo que se iba conociendo. Pero ese interés no se acercaba al que despertaba en mi cada nuevo proyecto de cineastas más consagrados por aquel entonces, los Spielberg, Burton, Cameron y compañía. La verdad es que, tras ver Reservoir Dogs, no podía imaginarme que el cine de Tarantino ocuparía en mis preferencias un lugar tan elevado, superando incluso a alguno de aquellos a quienes tanto admiraba.


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No proliferaban las noticias sobre lo nuevo del director. Porque, no nos engañemos, el triunfo de su ópera prima no había sido, precisamente un fenómeno de masas. Como tantas y tantas pequeñas películas, Reservoir Dogs había calado en quienes consideran que el cine es algo más que una (maravillosa) actividad de ocio. Yo me fijé en que dos de los estrenos posteriores más notorios tenían un guión firmado por Quentin. Amor a Quemarropa estuvo dirigida por Tony Scott, y era una historia de delincuentes y traficantes que, como se comprobaría posteriormente, destilaba el particular estilo del creador por todos sus poros, aunque el tratamiento de Scott no satisfizo a Tarantino, en especial la manera de rodar el frenético desenlace. Pero más sangrante fue lo que hizo Oliver Stone con Asesinos Natos, una versión moderna de Bonnie & Clyde, en la que el director, inexplicablemente, usó el mismo montaje cargante que tan buen resultado le había dado en JFK, con constantes imágenes oníricas y brevísimos planos que no pegaban en una cinta de acción bastante más convencional que casi todos los libretos firmados por Tarantino.

Y llegó 1994. Las primeras noticias sobre Pulp Fiction decían que la cinta había sido seleccionada para competir en el Festival de Cannes. Yo lo asumí con una sensación extraña: Cannes era la pasarela del cine de qualité, y, aunque, en mi opinión, Reservoir poco o nada tenía que ver con el cine de los grandes estudios, toda esa sensación de apego de la película a la cultura popular la situaba, creía yo, lejos del cine que frecuentemente compite por la Palma de Oro. Llegué a pensar que quizás Tarantino era realmente un director de arte y ensayo, estilo que habría confirmado en su segunda película. No disminuyó mi deseo por verla, pero me cambió un poco la perspectiva, aunque a medida que se aproximaba el estreno aumentaba mi deseo por comprobar qué tipo de cine era Pulp Fiction, ¿cultura popular? ¿celuloide de prestigio al nivel de Antonioni, Chen Kaige o David Lynch?

Y, claro, el interés se multiplicó cuando Pulp Fiction se alzó con la Palma de Oro. El jurado, presidido por Clint Eastwood, la había considerado como la mejor película a competición, por delante de los trabajos de cineastas como Nanni Moretti, Krzysztof Kieslowski, Nikita Mikhalkov, Patrice Chéreau, Atom Egoyan, Abbas Kiarostami o Zhang Yimou, típicos directores del gusto de Cannes. Y por si hubiera pocos motivos para desear verla, los críticos desplazados a la ciudad francesa hablaban maravillas de la película, y, lo que era aún más estimulante, la definían como una estupenda cinta de gánsgters, que homenajeaba a las viejas historietas publicadas en las revistas de papel de pulpa, baratas, pero de sencillas pretensiones de evasión...Es cierto que su estructura coral y de tramas paralelas no había convencido a algunos, pero en su mayoría, la crítica estaba encantada. No dejaba de sorprender que una obra con semejante argumento triunfase en Cannes...¿sería la presión de Lalo Schifrin, compositor de bandas sonoras tan populares como la de la serie Misión Imposible o de las de películas como Operación Dragón, y miembro del jurado?

Sea como fuere, por la afortunada presencia de Schifrin o Eastwood en el jurado (sin olvidar a Guillermo Cabrera Infante, quien en su libro autobiográfico Cine o Sardina decidió situar en portada a Indiana Jones, demostrando sus populares gustos), el caso es que Pulp Fiction había gustado a un amplio abanico de inquietas mentes cinéfilas. Más motivos para desear verla.

El estreno en los Estados Unidos tuvo lugar el 14 de octubre de 1994, aunque un poco antes, el 23 de septiembre, se había podido ver la película en el Festival de Nueva York. En España se estrenó el 13 de enero de 1995, una fecha idónea, justo después de las empalagosas fiestas navideñas, cuando el almíbar y el buenismo de esas fechas comienzan a evaporarse, y un producto tan rompedor y políticamente incorrecto sirve para desengrasar. Si Disney suele ser una de las compañías que copan las salas de cine en Navidad, con sus cintas animadas y sus películas de imagen real para toda la familia, una filial suya, Miramax, la compañía de los polémicos hermanos Weisntein, sería la encargada de animar la cartelera post-navideña.


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Esos hermanos Weinstein jugaron un papel fundamental. Un poco más adelante hablaré de otros nombres decisivos en el impulso final de la película, pero antes es importante descubrir a estos dos tipos de personalidades tan marcadas e infinita ambición. Ellos fueron los fundadores de una de las compañías más presentes durante los 90 y en los primeros años del nuevo siglo en las ceremonias de los Óscars. Crearon Miramax para producir cine de evidentes intenciones rompedoras, tratando de competir con las majors mediante proyectos arriesgados, apostando por jóvenes talentos. Pero en 1994 la situación económica de la empresa era delicada. Sólo puntuales éxitos anteriores, como El Cuervo o Clerks, habían supuesto un pequeño respiro, pero la amenaza de quiebra estaba latente. Los hermanos tuvieron el olfato suficiente como para apostar por Pulp Fiction, y los 217 millones de dólares de recaudación salvaron a la empresa. Años más tarde, los Weinstein serían considerados como el azote de los grandes estudios, por sus agresivas campañas a favor de sus películas susceptibles de acaparar nominaciones al Óscar. Y no les fue mal, ya que triunfadoras como El Paciente InglésEl Indomable Will Hunting, Shakespeare in Love o No es país para viejos llevaron su sello. Pero los problemas económicos volverían a hacer mella, y Disney, que había adquirido Miramax en 1993, la vendió a un grupo de inversores privados. Pero el inconfundible logo de Miramax sería una de las primeras imágenes que los espectadores de Pulp Fiction contemplasen.


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Roger Avary también tuvo mucho que ver en el jaleo. Había colaborado con Tarantino en el libreto de Reservoir Dogs, y su trabajo conjunto para escribir Pulp Fiction acabaría enemistándoles. Los dos recogerían el Óscar al mejor guión, pero Avary reclamaría la atención mediática asegurando que había sido mucho más importante en la creación de la película que los que los créditos de ésta señalaban. Y es que Pulp Fiction fue presentada como una película “escrita y dirigida por Quentin Tarantino”. El cineasta se excusó afirmando que Avary sólo era responsable de unas pocas escenas sueltas, y que prácticamente toda la historia era cosa suya. Pasados los años, los dos han coincidido en que el segmento del reloj (la increíble escena protagonizada por Christopher Walken) corresponde a Roger Avary, y éste, además, sigue asegurando que otros pasajes importantes fueron escritos por él. Sea como fuere, y ya que estamos hablando de cultura popular, el asunto recuerda a los problemas que tuvieron Bob Kane y Bill Finger acerca de la autoría de Batman.


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De esta forma, Tarantino, Avary y los Weinstein sacaron adelante una película tan legendaria como original. Yo la vi, por primera vez, en un pequeño cine de mi ciudad, el 17 de enero de aquel 1995. Y las sensaciones que me produjo fueron indescriptibles. Lo primero que apreciaba es que la película desprendía una sensación de adicción única. Cada escena transmitía unos deseos inmensos por ver la siguiente, cada plano sobrepasaba la pantalla para hacerme partícipe de unos escenarios y una atmósfera totalmente diferentes a lo que había visto antes. Todo era tan novedoso y llamativo que si te fijabas en los lugares por los que se movían los personajes temías perderte parte de los increíbles diálogos que pronunciaban. De repente unos gángsters vestidos elegantemente hablaban de hamburguesas de McDonald`s, de masajes en los pies de la novia de su jefe y se movían con una seguridad y una gestualidad insólitas. Todo era nuevo, bonito y entretenido, tremendamente entretenido...

A medida que avanzaba el metraje, una pregunta me invadía. ¿Qué estaba viendo? ¿Una comedia? ¿Cine de gánsgters y mafiosos? ¿Cine negro? ¿Cine de acción? Pulp Fiction era un soplo de aire tan fresco que resultaba inclasificable. Te reías con gags insertos en una trama nada cómica a priori (lo que ocurre dentro del coche cuando a Vincent Vega se le dispara el arma es sencillamente antológico), y asistías a tiroteos y escenas de acción. Y para aumentar la sensación de despiste, pronto aparecían nuevos personajes y tramas, que terminarían confluyendo de una manera magistral.

Como no podía ser de otra manera, Pulp Fiction requería más de un visionado para disfrutarla plenamente. Pocos días después de verla por primera vez, y ya habiendo asimilado la trascendencia que sin duda iba a adquirir, volví a verla en el mismo cine, en la misma sala y en la misma butaca. En una época en la que no se disponía de internet para complementar un visionado, el hecho de verla con tranquilidad y tratando de asimilar todo lo que mostraba me hizo comprender lo que significaba Pulp Fiction. Tarantino había logrado imprimir a una película barata, pequeña y sin efectos especiales, toda la adrenalina y la potencia narrativa del mejor de los blockbusters. Y lo había hecho con los dogmas que décadas atrás había hecho grande al cine: historia, diálogos y actores. Esos tres elementos eran suficientes para engancharte en la butaca y para que no mirases el reloj durante 154 minutos, ya que si lo hacías corrías el riesgo de perderte algún detalle, algún diálogo, algún gesto o mirada de alguno de los inolvidables personajes. Era cine añejo, en cuanto a los instrumentos que utilizaba para ganarse el favor del espectador, pero embutido en un halo de modernidad apabullante...

Supongo que resultará absurdo hablar de la trama. Todo el mundo ha visto Pulp Fiction, y sabe que se compone de tres historias que confluyen a medida que avanza el metraje, protagonizadas por personajes que se mueven, en su mayoría, al márgen de la ley. Son mafiosos, ladrones, asesinos, traficantes, boxeadores corruptos y gángsters, que pululan por escenarios de inequívoco diseño pop, escupiendo frases y diálogos memorables. E interpretados por un amplísimo grupo de actores y actrices en estado de gracia...

Son tantos que me dejaré a alguno. Como no podía ser de otra manera, John Travolta, Samuel L. Jackson y Uma Thurman se llevaron un importante pedazo de la tarta en forma de gloria. Los tres fueron candidatos al Óscar, Travolta como actor principal, pero ninguno resultó vencedor. De hecho, Samuel L. Jackson maldijo el momento en el que Martín Landau le arrebató la estatuilla al mejor actor de reparto, murmurando la palabra “sheet”, que las cámaras recogieron con claridad, como si siguiese metido en su inolvidable personaje de Jules Winfeld.

Travolta fue, sin duda, el gran beneficiado del éxito de la película. Su carrera se había desinflado hacía tiempo, resignado en los años precedentes a poner la voz al bebé en Mira quién habla y sus secuelas, y Tarantino le volvió a poner en el candelero. Nunca había sido un actor especialmente dotado, pero su Vincent Vega resultó imponente, carismático, e incluso entrañable. Y, aunque llevaba más de una década sin hacerlo (desde Fiebre del Sábado Noche), volvió a bailar en el cine, en la genial escena en la que se mueve a ritmo de twist con Uma Thurman.


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Fue, sin duda, una de las escenas míticas de la película, y el Jack Rabbit Slim, el local en el que bailan, se convirtió sin duda en uno de nuestros lugares de cine más queridos. Era cool, sexy y moderno, y podías encontrarte a un gángster que baila con la novia de su jefe mientras disfrutabas de un delicioso batido.

Más allá de ese triunvirato, encontramos rostros intrínsecamente tarantinianos. Gente como Tim Roth, Harvey Keitel o Steve Buscemi ya habían formado parte de Reservoir Dogs, e intérpretes como Eric Stolz, Amanda Plummer, Ving Rhames, Maria de Medeiros o Rosanna Arquette encontraron en la película los mejores papeles de sus carreras. Bruce Willis, fue, quizás, la única concesión al star system, y no defraudaría en su papel de boxeador. El propio Tarantino se reservó un papel, compartiendo plano con el hilarante Harvey Keitel, quien volvió a asumir el rol de “limpiador”, el mismo que había tenido un año antes en La Asesina, el remake americano de la película francesa Nikita. Como no podía ser de otra manera, la versión desenfadada y jocosa del personaje que limpia las consecuencias de un crimen mal ejecutado caló mucho más que la seria y psicótica que había encarnado poco antes.

Todos estaban geniales. Y componían un mosaico de caras y personalidades que encajaba a la perfección en el universo que Tarantino pretendía mostrar. Cuando ves la película, das por hecho que en algún lugar de los Estados Unidos pululan personajes así, con esos rostros y fisonomías. No te extrañaría cruzarte con gángsters parecidos a Travolta y Jackson, cuyo jefe te imaginarías con los rasgos de Ving Rhames, quien a su vez podría tener perfectamente una novia tan alocada y drogadicta como la que encarnó Uma Thurman. Y qué mejor boxeador que ese Bruce Willis, arrebatador cuando habla en portugués con su novia María de Medeiros, y al que recoge esa taxista con el sensual aspecto de Angela Jones.


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La trascendencia de la película se demuestra, en mi opinión, por la cantidad de cosas que se han quedado en nuestra memoria. Cosas que han perdurado, que se han convertido en iconos cinematográficos. Escenas como el baile de Vincent Verga y Mia Wallace en el Jack Rabbit Slim, el juego de seducción de esos dos mismos personajes en la sofisticada casa de Marsellus Wallace, el flashback del boxeador Butch cuando recuerda la conversación con su padre siendo niño, la pistola que se dispara por accidente en el coche, el trocito de la víctima de ese accidente en el pelo de Jules, el pasaje bíblico del Libro de Ezequiel que éste pronuncia justo antes de cargarse a alguien, la conversación sobre hamburguesas, el mcguffin presente en el maletero del coche...Pocas películas han proporcionado tantos motivos para que se queden fijadas en nuestras retinas cinéfilas. Empezando, por supuesto, por el precioso póster, ése en el que Uma Thurman nos mira con displicencia mientras hojea una revista pulpa, y que ocupa una importante parte en una pared del salón de mi casa...

Es de sobra conocido lo que vino después. Siete nominaciones al Óscar, con premio para el guión de Tarantino y Roger Avary. Forrest Gump fue la principal culpable de que no hubiese más estatuíllas, algo entendible para la conservadora Academia, que prefirió la estupenda y particular revisión de la reciente historia de los Estados Unidos, vista a través de los ojos del deficiente Forrest encarnado por Tom Hanks. Pero, aunque las dos películas han superado la difícil prueba del paso del tiempo, y la de Zemeckis aún se puede disfrutar en la actualidad, palidece en comparación con el empaque y la consolidación que ha obtenido Pulp Fiction con el paso de los años. Y no quiero olvidarme de la banda sonora, una deliciosa selección de canciones escogidas por el propio Tarantino, que encajan a la perfección en cada secuencia.

Hubo muchos más premios, reconocimientos por parte de los críticos más afamados, y la absoluta confirmación de Quentin Tarantino como la personalidad más impactante del espectro cinematográfico mundial. Empezaron a conocerse esos detalles biográficos que hoy todo el mundo conoce, su bagaje como devorador del cine más olvidado gracias a su trabajo en un videoclub, su inabarcable conocimiento cinematográfico, sus aplaudidas y a veces polémicas declaraciones e incluso las acusaciones de plagio de Reservoir Dogs, cuyo final recordaba demasiado al de la película City of Fire, de Ringo Lam...

Y seguiría con su carrera, con la fallida pero interesante Jackie Brown (su primera película que adaptaba material ajeno, en este caso la novela de Elmore Leonard), el maravilloso díptico Kill Bill, la desconcertante Death Proof y la magnífica Malditos Bastardos, sin olvidar sus gamberras colaboraciones con su socio y amigo Robert Rodríguez. Lo que ha demostrado el cineasta con su carrera posterior a Pulp Fiction, es que es el director más personal, rompedor y moderno del cine actual, y, posiblemente, el único capaz de encandilar a la crítica más sesuda y al espectador menos exigente. Hace cine para la gente asidua a la ComicCon, pero con el talento y los recursos narrativos de los más grandes directores de la historia...

Es, sin duda, una de mis películas favoritas de siempre. Lo único malo que puedo achacarle es que me resulta imposible creer que  alguien pueda volver a hacer una película así. Cuando voy al cine y disfruto, por ejemplo, con una película del admirado Guy Ritchie, me viene a la mente la distancia sideral que le separa del cineasta que sin duda más le ha influído, y que se ha convertido en el referente para una nueva generación de directores.

Mientras terminaba este artículo me han entrado ganas de volverla a ver. Esta noche volveré a empaparme de cultura popular, y, aunque me la sepa de memoria, volveré a meterme de lleno en un mundo de ficción pulpa, uno de esos que sólo el cine es capaz de engendrar, gracias al talento de tipos como Quentin Tarantino.…


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http://www.imdb.com/title/tt0110912/?ref_=fn_al_tt_1

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