Todo comenzó allá por 1982, cuando una madre llevó al cine a su hijo de 6 años por primera vez. En uno de aquellos cines de antes, de pantalla enorme, se proyectaba E.T., y, desde aquel día, aquel niño descubrió una indescriptible necesidad por repetir la experiencia, una y otra vez...

lunes, 21 de febrero de 2011

Cisne Negro


Con El Luchador, Darren Aronofsky demostró que era capaz de contar una interesante historia sin necesidad de recurrir a aditivos ni a técnicas argumentales supuestamente novedosas o enigmáticas. La película era un estupendo relato en el que asistíamos a la decadencia del deportista, a la incomprensión de los suyos y a la nostalgia de un pasado glorioso, el de aquel personaje magníficamente encarnado por Mickey Rourke. Para mi lo mejor era asistir a una sesión de cine casi añejo, teniendo en cuenta lo mucho que predomina ahora ese cine repleto de realidades alternativas, presencias fantasmales o escenas que son sólo fruto de la paranoia de unos personajes excesivos. Cisne Negro es, en ese sentido, un pequeño retroceso en esa evolución del cineasta, que a mi no me había seducido precisamente con cosas como Pi, Réquiem por un sueño o el desastre que en mi opinión fue La Fuente de la vida.

Con Cisne Negro Aronofsky, que se dispone a rodar la segunda entrega de las aventuras de Lobezno, se queda en tierra de nadie. No estamos ante ese cine casi experimental y onírico de sus primeros trabajos, pero tampoco ante el clasicismo ni la sobriedad de El Luchador. Comparte con ésta el contexto en el que se desarrolla la apasionante historia: como la lucha libre, la danza, el baile, es una actividad artística casi destructiva y obsesiva en manos del cineasta. Si en aquélla presenciábamos el uso de cuchillas de afeitar para que los luchadores se auto-lesionasen durante los combates y así ganar en dramatismo, en ésta asistimos a tobillos que se quiebran y a uñas que se rompen, fruto de la dureza de una disciplina que asfixia a las jóvenes que se entregan a ella. Ambas películas podrían ser mucho más típicas y digeribles como tantas y tantas historias de superación, pero el director las hace suyas a través de imágenes impactantes, y, en el caso de Cisne Negro, mediante recursos que yo detesto, aunque se sirvan aquí en dosis menores que en otras ocasiones.

Efectivamente, la pasión, la obsesión con la que el personaje de Natalie Portman vive su profesión provoca ese contexto de locura y esquizofrenia en el que la ficción se mezcla con la realidad, permitiendo que el espectador, acostumbrado ya a que le enseñen lo que no es, sospeche de todo y de todos. Las heridas, la sangre, las competidoras de la protagonista, su propia madre, las lesiones...son elementos cuya veracidad se ponen en duda, desde el preciso instante en el que entendemos que se trata de un tour de force del que la Portman sale absolutamente triunfadora, y por supuesto, clarísima candidata al Óscar.

Sin todo eso, estaríamos ante la típica historia de rivalidad, tan presente en un cine que siempre ha encontrado en los duelos intensos entre personajes importantes la excusa ideal para hacer películas atractivas. Aronofsky enfrenta a la protagonista con las otras chicas, con el director de la compañía (magnífico Vincent Cassell), con su madre y con ella misma. Y de ahí surge lo bueno y lo malo de la película, las escenas trágicas, emocionantes, impactantes y excesivas, las dudas acerca de qué será real y qué será fruto de la esquizofrenia...

Pero el director, hábil, se cuida mucho de no traspasar la línea. La intensidad con la que se baten Natalie Portman y Mila Kunis, espléndida, ofrece escenas tan reales como si lo fuesen, aunque nunca sepamos si lo son...Lo mismo ocurre con una Winona Ryder en un papel que esperemos la vuelva a situar en el escalón que mrece, o con esa madre tan estereotipada que interpreta Barbara Hershey. ¿Quién de ellas no está? ¿Está alguna? ¿Está la propia protagonista? Yo me quedo con lo ajustado de la combinación en muchos momentos, espléndidos, de una intensidad inigualable, que hacen que olvidemos las dudas y asistamos a una historia de auto-destrucción apasionante, en la que, ciertamente, el desenlace es totalmente imprevisible.

Hasta puede que nos de igual el que las uñas se rompan o no, el que las heridas en la espalda sean reales o no. E incluso esa supuesta pugna de los dos yos, o del yin y el yan...Porque la película no da tregua ni respiro, y, yo al menos, mantengo la esperanza de que todo sea real, de que todo esté ahí, aunque me estén contando una historia que ya he visto muchas veces. La manera en la que me la cuentan, lo acongojante de ciertas situaciones (a lo que ayuda una música inquietante y ruidosamente insertada) y la intensidad que se transmite desde el primer minuto de metraje, hacen que sintamos en la butaca las sensaciones que precisamente uno busca al comprar la entrada.

Me quedo con todo eso, con Natalie Portman, sublime, en un papel intenso como pocos del que seguro le habrá costado desprenderse y para el que se detecta una preparación tan enfermiza casi como la que necesita su personaje en el desarrollo de su actividad. Pero, eso sí, me quedo con El Luchador, más redonda y accesible, y, ante todo, más lineal y sincera.

Mi puntuación en IMDb:7.

Ficha en IMDb

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