Todo comenzó allá por 1982, cuando una madre llevó al cine a su hijo de 6 años por primera vez. En uno de aquellos cines de antes, de pantalla enorme, se proyectaba E.T., y, desde aquel día, aquel niño descubrió una indescriptible necesidad por repetir la experiencia, una y otra vez...

martes, 12 de abril de 2011

Sin límites

Tenía mis reservas acerca de esta peli, porque nunca he sido fan de las historias en las que las drogas juegan un papel relevante. Y no me refiero a películas sobre traficantes perseguidos por policías. Me refiero a aquéllas que muestran en el cine las consecuencias de su ingesta: esos personajes sumidos en realidades oníricas, alucinatorias, esas imágenes que tratan de hacer partícipe al espectador del viaje...En resumidas cuentas, no sabía si me iba a gustar Sin límites, porque no me gustan mucho Trainspotting, Miedo y asco en Las Vegas o Réquiem por un sueño. Pero sí me ha gustado.

Porque estamos ante una curiosa peli que juega varias bazas, todas ellas de forma adecuada. Sin límites es un thriller difícilmente clasificable, no por las supuestas pero inexistentes dificultades que presente a la hora de seguir la trama, como ocurre en tantas pelis en las que las sustancias alucinógenas están presentes, sino porque presenta aspectos novedosos que la sitúan en un escalón superior. Curiosamente, ninguna virtud destaca por encima de otras, y lo que nos encontramos es una sólida cinta en la que nada chirría, aunque ni su guión, ni sus personajes, ni sus intérpretes sean oscarizables. Todo está bien, en su justa medida.

Neil Burger es el director que hace unos años tuvo la desgracia de que su peli El ilusionista coincidiese en el tiempo con El truco final, la peli de Christopher Nolan que, como aquélla, trataba sobre magos. Siendo inferior, El ilusionista era una interesante película, muy distinta a la de Nolan, y que desde luego mereció mejor suerte. Y lo bueno que Burger apuntaba allí lo ha mantenido en Sin límites. Estamos ante un cine tremendamente eficaz, que, como decía antes, podrá ser olvidado por no incrustar en la retina cinéfila del espectador una escena o un plano inolvidable, pero que por temática y solvencia permite pasar un rato muy entretenido, sin errores garrafales ni constantes miradas al reloj.

La droga es, aquí, la excusa perfecta para que se nos cuente, de una forma muy distinta, una nueva historia superheroica. Y es que si cambiamos los superpoderes físicos por los mentales, tendremos al típico perdedor convertido en otra cosa, en un seductor que lejos de volar, disparar redes arácnidas por sus muñecas o convertirse en un gigante verde, es capaz de hablar con fluidez un idioma en cuestión de minutos, o de comprender el volátil comportamiento de los mercados bursátiles sin tener ni un mínimo conocimiento sobre economía.

El cine siempre ha jugado bien esa baza. Bradley Cooper se mueve como pez en el agua cuando cambia su aspecto desaliñado por esa imagen de triunfador. No es muy diferente a cuando Tobey Maguire debutaba con sus superpoderes en el instituto en aquel primer Spiderman.

Pero después llega la incursión del personaje en una trama impecable, una historia de conspiración, suspense, buenos y malos, que tiene en la mágica pastillita a una protagonista ideal para modificar los sucesos, mediante efectos y consecuencias que anteriormente se nos habían explicado de una forma modélica. En ese sentido, es de alabar que la guionista Leslie Dixon (responsable de comedias alejadas de ese libreto como Sra. Doubtfire o Matrimonio compulsivo) sea capaz de introducir en la cinta las dosis correctas de imágenes que muestran los efectos de la droga, y no me refiero a esa transformación radical de los personajes que la consumen, sino a todo aquello que tristemente prevalece en muchas otras pelis sobre opiáceos, lo que a mi no me gusta: las alucinaciones, las imágenes turbadoras con música estridente...

Se impone la historia más allá de la pastilla, con lo que, tratándose de una buena trama, se agradece. Tenemos pues una película de suspense, policíaca, en la que el personaje de Cooper juega el típico papel de víctima inocente, instalado en la conspiración sin pretenderlo, lo que tantas y tantas veces hemos visto, apoyado en los cambios provocados por la sustancia y en un guión solvente.

Lo que sigo sin comprender son los criterior por los que el anteriormente grande Robert DeNiro rige su carrera. Puede que Sin límites sea su mejor película en años, pero su personaje poco o nada le permite demostrar su enorme categoría. Lejos de estar mal, acepta el rol secundario con una resignación impropia de quien ha ofrecido alguna interpretación legendaria.

Sin límites es una buena y curiosa película, probablemente la mejor opción para ver buen cine antes de la masiva llegada de estrenos esperados y palomiteros que se inaugurará en unos días con Thor. Y es que llega la temporada estival, la temporada de blockbusters. Mira qué bien.

Mi puntuación en IMDb:7.

Ficha en IMDb

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