Por aquí estoy, aunque a veces no lo parezca...Prometo que estos parones no serán tan grandes a partir de ahora...Antes de nada, mi cita con Jack Sparrow se aplazará unos meses, probablemente, porque mi tiempo para ir al cine se ha visto reducido, y mi querido bucanero pierde puestos en la lista de mis preferencias, debido a la ineptitud de los guionistas responsables de sis aventuras (y es que las críticas parecen unánimes: más de lo mismo). Hoy, una de abogado de cliente de dudosa inocencia, tema recurrente que nos ha dejado buenas pelis. El Inocente podría haberlo sido, pero unos problemas lo impiden. Vamos a ello.
Qué tiempos aquéllos en los que el guaperas Matthew McConaughey era considerado como el nuevo Paul Newman. Se había estrenado Tiempo de matar, la peli de un Joel Schumacher que continuaba con su reputación de descubridor de jóvenes estrellas. El chico y Sandra Bullock protagonizaban una adaptación de John Grisham en la que ambos eran abogados sudorosos en una trama racial del sur de los Estados Unidos. Se suponía que el papel de McConaughey debía de recordarnos al Newman de Veredicto Final, otra de esas estupideces que sueltan los plumillas infiltrados en el sistema de los grandes estudios. Era aquélla una peli estimable, pero la distancia entre el chico nuevo y los ojos más azules de la historia del cine, sideral.
Y pasados los años, nuestro chico se especializó en papeles de comedia tontorrona con amplios planos de su torso desnudo. Hizo dos películas que a mi me encantaron, Escalofrío y El Imperio del Fuego, pero aquella consideración de joven estrella y además de buenísimo actor se esfumó merecidamente. Y nadie más que él tuvo la culpa, por esas decisiones que le llevaron a protagonizar cosas infumables. Con El Inocente se reivindica, demostrando que puede dar la talla en cintas serias, alejadas de bodrietes que le permiten lucir palmito.
Estamos, como decía al principio, ante un tema recurrente. Puede que el referente más destacable de los últimos tiempos sea Las dos caras de la verdad, el descubrimiento de Edward Norton como actor de nivel. Las tensiones entre un acusado de dudosa inocencia y su picapleitos siempre han sido carne de cine interesante, y, en muchas ocasiones, nos han permitido insertarnos de lleno en el sistema judicial americano, en sus recovecos, en esos juícios de arengas apasionadas, al tiempo que todo se convierte en una excusa para que nos metamos de lleno en una trama de suspense. Ya lo decía a principios de los 90 el añorado buen DeNiro: abogaaaadoooo...
Ocurre, todo ello, en El Inocente. Estamos ante una película que funciona de maravilla en el ochenta por ciento del metraje, con una adecuada presentación de personajes y unas ajustadas dosis de thriller, drama judicial y chascarrillos de macarra a cargo del protagonista que funcionan a la perfección. Incluso la sobredosis de McConaughey, en la línea habitual de ese Tom Cruise que chupa cámara hasta la extenuación, funciona, lo que nos hace lamentar la absurda carrera que ha desarrollado hasta hoy. El problema, gordo, reside en esa manía que yo creía abandonada: la de estirar el chicle hasta el final, la de alargar el metraje para aplazar la resolución definitiva de una historia que tenía que haber sido despachada con media hora menos de metraje.
Y es que lo que funcionaba en los ochenta, con aquellos desenlaces supuestamente sorprendentes cuyo máximo exponente fue Atracción fatal, se ha mantenido lastimosamente hasta hoy. El Inocente hubiese merecido un tijeretazo de esos que gustan de hacer las majors, pero, lamentablemente, cuando deberían de hacerlo, no lo hacen. Lo peor es que ese empeño en prolongar la trama no origina sorpresa alguna, y, más aún, hace que todo sea absolutamente predecible. Es lo de siempre, guión, guión y guión.
Yo me quedo con todo lo de antes. Estas historias de abogados y de casos repletos de dudas y lagunas siempre me gustan. El reparto ayuda, y aunque el prota acapare, queda espacio para un Ryan Phillipe que sorprende por su solvencia y hasta para un Bob Gunton al que todos recordaremos siempre como el alcaide en la prisión de Cadena perpetua. Quien no me gusta nada es William H. Macy, actor genial al que han puesto un look merecedor de muerte en la primera escena.
Como he dicho, todo se digiere bien hasta los últimos veinte o treinta minutos. O mejor, todo se digiere muy bien. Después se estropea, como ocurre tantas y tantas veces en este y en otros tipos de cine. Pero, con todo, creo que hice bien en meterme a ver ésta y no las nuevas andanzas de Sparrow.
Pero mañana...mañana nos presentan a la primera generación de un grupo de raretes a los que yo ya echaba de menos en los cines...
Mi puntuación en IMDb:6.
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