Precisamente no hace mucho hablaba en el blog de Sidney Lumet, cuando subí mi opinión sobre La sentencia, una de sus últimas pelis. Cuando el pasado día 9 nos dejó, todos los medios apuntaban lo que yo había expuesto: que nos había dejado un cineasta excelente, capaz de que el concepto de "artesano" alcanzase otro nivel. Lumet nos contó historias magníficas, siempre basándose en los preceptos que hicieron grande al cine desde el comienzo de su existencia, guión y dirección de actores. Yo, por supuesto, quiero rendirle mi particular homenaje.
En la necrológica de Elizabeth Taylor, hice referencia a la manera en la que la actriz había entrado en mi glosario cinéfilo: el póster gigante de La gata sobre el tejado de zinc que colgaba en una de las paredes del cine al que acudí por primera vez hizo que me quedase con el nombre de la estrella. Pues pegadito a aquel póster había otro, de predominante color azul y con multitud de nombres completando un reparto coral. El póster era de la peli Asesinato en el Orient Express, la adaptación de la novela de Agatha Christie que en su día había hecho un tal Sidney Lumet.
Para mi era un desconocido por aquel entonces. Y es que estoy hablando de la época en la que todavía no había cumplido los diez años. Cuando tuve alguno más, y pude buscar las pelis que me interesaban en los videoclubs, busqué aquella peli. Y, contrariamente a lo que han sostenido los críticos (o buena parte de ellos) cuando la han emitido por televisión, teniendo en cuenta las breves reseñas de la prensa en la sección de la programación televisiva, me pareció magnífica. Después leí la novela, que me pareció también excelsa, aunque no soy yo amigo de comparar libros y pelis. Así descubrí a Sidney Lumet.
Mi siguiente contacto con su obra fue también placentero. Con apenas doce o trece años, había disfrutado de una extraordinaria peli en televisión, La huella, de Joseph L. Mankiewicz, un mano a mano extraordinario entre Michael Caine y Laurence Olivier, que me hizo amar ese cine pequeño, minimalista, de pocos personajes y escenarios. En la revista Fotogramas leí algún año más tarde una referencia a una peli muy parecida, claramente influenciada por la que era ya una de mis pelis favoritas. Se trataba de La trampa de la muerte, en la que Michael Caine cambiaba a Olivier por Christopher Reeve como compañero de reparto, integrándose, como en La huella, en una apasionante historia de suspense. La trampa de la muerte era una peli de Sidney Lumet.
Y con esas dos pelis ya me ganó. Después, claro, llegó el momento de disfrutar con tantas otras maravillas de su filmografía, como Network, Tarde de perros, Serpico o Veredicto Final. Y seguí con atención su carrera porque sus películas no siempre se estrenaban en los cines de mi ciudad. Porque su cine se alejaba cada vez más de los patrones por los que los exhibidores escojen la forma de ocupar sus salas: ni un sólo efecto especial, nada de cine estruendoso. Lumet contaba historias, estupendas, como las de Declaradme culpable o Antes que el diablo sepa que has muerto, sus dos últimos trabajos, inéditos en mi ciudad, pero que yo disfruté en mi casa, como hice con cada trabajo del señor Lumet.
Fue nominado cinco veces al Óscar, pero sólo se llevó uno honorífico, en 2005.
Descanse en paz, Sidney Lumet, grandísimo director de cine.
Ficha en IMDb
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