Hoy se estrena Torrente 4, punto culminante de un farragoso proceso publicitario que ya todos conocemos por las anteriores entregas. Hemos visto a Segura y a Paquirrín, ataviados con las inevitables camisetas, por todos los platós de televisión, les hemos escuchado en todas las radios y leído en todos los periódicos y revistas. No ha ocurrido nada que no hubiese ocurrido con las tres primeras, lo que demuestra, una vez más, la inteligencia de un tipo que sabe que el trabajo no se termina precisamente en el último día de rodaje. Y es que nuestro cine carece de muchas cosas, pero sobre todo, de una conciencia necesaria de gestionar la publicidad, aspecto fundamental en el cine yanki, que le dedica buena parte de los dólares que, al contrario que nosotros, sí tienen, aunque aquí nos falta además la voluntad de hacerlo.Cada estreno de Torrente provoca opiniones encontradas, y a mi, esta vez, me ha dado por reflexionar...
Hay dos cosas que asegura cada nueva entrega: éxito de taquilla y humor zafio, escatología y mal gusto. No seré yo quien las ponga a parir, aunque tampoco defenderé sus virtudes artísticas con desmedida pasión. Santiago Segura lleva ofreciendo lo mismo desde 1997, cuando presentó a este personaje asqueroso y repulsivo, pero simpático en muchas ocasiones. En ese sentido, esta cuarta entrega debería de arrastrar a las salas a quienes han disfrutado con las tres anteriores, es decir, a muchísima gente. Después estamos los espectadores más raritos como yo, que nos tragamos casi todo lo que se estrena. Pero buena parte de quienes compren la entrada estos días lo harán porque les han gustado las otras tres. Mucha gente, insisto, lo hará.
Yo me divertí moderadamente con la primera, que me sedujo más por su condición de rompedora y falta de escrúpulos que por ser realmente una buena comedia, algo que ninguna de las tres primeras es. Con la segunda me reí bastante más, gracias al gran Gabino Diego, a los afortunados gags escritos y protagonizados por Segura y a los muy simpáticos cameos (los mejores, me temo, de la saga, con especial relevancia al del tenista Carlos Moyá). La tercera fue directamente un bodrio, y reveló la comodidad con la que el director-guionista-actor se tomó el asunto, engordando menos y escribiendo una historia que apenas contenía momentos realmente hilarantes. Supongo que la cuarta estará más cerca de la tercera que de las otras dos.
Hay algo evidente, que no debería de ser motivo de reproche. Santiago segura hace los torrentes para ganar dinero. En aquella primera película había intenciones de sorprender, de ofrecer algo nuevo, aunque no fuese apto para paladares mínimamente exigentes. Tras ella, su responsable descubrió la fórmula y la mantuvo, aunque es de suponer que, entre la repetición de clichés y la ausencia del factor sorpresa, los resultados fuesen peores (aunque insisto que a mi la segunda es la que más me gusta). Pero si Segura se lo curra menos, si está menos inspirado, él será el principal perjudicado. Y el cine español, creo, también...
Porque el cine español necesita a Torrente, al menos mientras Torrente siga generando esos beneficios importantes. A mi, insisto, no me seduce, pero me gusta que una película española ocupe durante unas semanas el puesto número 1 en taquilla. Nuestro cine necesita éxitos así, aunque la crítica los deteste. Porque siempre hemos pecado de mirarnos el ombligo, de despreciar los gustos de la mayoría para dar rienda suelta a las inquietudes de unos pocos. Claro que debe de haber sitio para todos, pero si ignoramos el componente meramente industrial del cine, nunca habrá películas buenas, nunca habrá historias maravillosas contadas por cineastas personales. Puede sonar a herejía o a barbarismo, pero considero más necesario en nuestro cine a Santiago Segura que a Julio Médem. Por supuesto que lo ideal es que haya un sitio para ambos, pero abundan en nuestro cine directores que dominan el oficio, con técnica depurada e incapaces de llegar al gran público, de ofrecer un producto rentable.
Segura no hace nada diferente a lo que décadas atrás hizo Mariano Ozores. Aquellas pelis protagonizadas por su hermano Antonio, o por Esteso y Pajares, no eran obras maestras, pero daban dinero, porque conectaban con el público de la época. Yo, cuando veo ese cine, como cuando veo cada entrega de Torrente, siento lo mismo: no es mi cine favorito, no me llevaría ninguna a una isla desierta, y, en ocasiones, creo que estoy viendo una peli realmente horrible. Pero, afortunadamente, muchísima gente no opina como yo, y acude puntualmente al cine para verlas.
Y yo me alegro. Iré un día de estos a ver Torrente 4, y contaré aquí qué me ha parecido. Y supongo que estaré acompañado de mucha gente en la sala. Mejor. Primero, el público, después, lo demás...
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