Todo comenzó allá por 1982, cuando una madre llevó al cine a su hijo de 6 años por primera vez. En uno de aquellos cines de antes, de pantalla enorme, se proyectaba E.T., y, desde aquel día, aquel niño descubrió una indescriptible necesidad por repetir la experiencia, una y otra vez...
lunes, 24 de enero de 2011
El diablo dentro de mi
Todo creador quiere que su obra sea vista y conocida. Es de suponer que ésta es la razón por la que Michael Winterbottom, un outsider del cine, un tipo aparentemente incorruptible, parece apostar últimamente por cosas susceptibles de llegar a un público más numeroso que el que solía apreciar su forma de hacer cine. Estamos ante alguien que se ha pasado las últimas dos décadas dirigiendo películas personalísimas, y que ahora se abre tímidamente al público con historias más atractivas. Si en Un corazón invencible se valía de la trágica historia del periodista secuestrado y ejecutado en Irak (y de la afortunada presencia de una sorprendente Angelina Jolie), en El diablo dentro de mi hace suyo un género siempre bien recibido por un público que ha conocido maravillas indiscutibles en el mismo. Esto es cine negro, pasión, drama y asesinato, con femmes fatales y una trama convulsa, pero, claro, con el inevitable toque de Michael Winterbottom.
Y esa autoría termina por lastrar a la película. Claro que resulta atractiva la propuesta, algo que se intuye ya en los tráilers a juzgar por las sugerentes escenas y el reparto, pero tampoco podía el cineasta dirigir un thriller al uso, por mucha intención de llegar al público que de repente tenga. Winterbottom va más allá que los mismísimos Coen, quienes con No es país para viejos facturaron un producto muy similar a éste. La América profunda es el escenario, como en aquella película, de una trama pasional, de crimen, amor y ambición, que el director nos cuenta de manera peculiar, quizás demasiado...
No hay presentación de personajes, no hay explicaciones a las motivaciones y existencias de cada uno. Parece que sólo importa el impacto provocado por unos comportamientos casi paranoicos, apartados de lo cerebral y calculado que siempre eran las actitudes de los personajes protagonistas del mejor cine negro. Precisamente ese primer encuentro entre el policía encarnado por Casey Affleck y la prostituta a quien da vida Jessica Alba lo deja claro: hasta en el más estereotipado de los géneros Winterbottom quiere meter mano. La novela de Jim Thompson claudica frente a una forma de hacer y de sentir el cine. Lo mismo ocurrió con Cormat McCarthy y los Coen, pero en menor medida.
Al bueno de Thompson no le había ocurrido algo así con Los timadores, adaptada por Stephen Frears, ni con La huída, versionada por Peckimpah. Ahora, un director le sobrepasa, nos deja escenas casi indigeribles, aunque logre sacar intepretaciones excelentes.
Porque en el reparto está sin duda el mayor atractivo. Esas historias del género que hemos disfrutado antes, desde El cartero siempre llama dos veces hasta la injustamente considerada Lazos Ardientes, pasando por la obra maestra absoluta que es Perdición, han contado siempre con actores y actrices impecables en sus roles. Aquí ocurre con Casey Affleck y, sobre todo, con una Jessica Alba sorprendentemente genial en un papel duro y difícil. No son muchos los minutos que aparece en pantalla, pero su mirada y entonación de los diálogos la convierten en candidata indiscutible a una nominación al Óscar como mejor actriz de reparto. La solvente Kate Hudson, el mentalista Simon Baker, el talentoso Elias Koteas, el Otis del Superman de Richard Donner, Ned Beatty o el últimamente desaparecido Bill Pullman completan un cásting acertado y atractivo. Y no quiero olvidarme de uno de esos rostros que se te quedan en la retina por un papel llamativo pero brevísimo en una película de las que marcan infancias: Tom Bower era el encargado de mantenimiento del aeropuerto de Dulles que ayudaba a John McClane en La jungla 2, y aquí asume el rol de jefe del personaje de Affleck.
Con semejante plantel, es una lástima que Winterbottom falle en cosas tan básicas como el guión, el planteamiento y lo excesivo de su forma de contarnos la historia. La violencia es descarnada, y sentimos en nuestro rostro los golpes que los personajes reciben. La ausencia de motivación, de explicaciones, hace que esa violencia sea casi injustificable, por mucho que sirva para llamar la atención de un espectador que sólo busca respuestas. Y mira que hemos visto violencia en el cine de Scorsese o Tarantino, pero allí había más chicha, y se entendía a la perfección cada sopapo, disparo o cuchillada.
The killer inside me, es, además, una nueva demostración de lo difícil que es rematar la faena en el mundo del cine, ya que cuenta con un final, otro más, ciertamente ridículo. Yo me quedo con el contexto, el género y, sobre todo, con un reparto excepcional.
Mi puntuación en IMDb:6.
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