No sabia si etiquetar esta entrada como "cartelera" o como "pelis", pero teniendo en cuenta que todavía está en los cines de Madrid (y supongo que en los de otras grandes ciudades), y que volverá a estar en boca de todos con los más que probables Óscars que ganará, la he considerado como película de cartelera a pesar de haberse estrenado aquí hace ya un mes y medio. Es una de las buenas del año, merecida favorita a disputar a La red social el galardón como mejor película, que descansa sobre las espaldas de un actor enorme, Colin Firth, y de una historia verídica y emotiva, que ha tardado demasiado en hacerse peli.
Han sido los hermanos Weisntein, hace no mucho tiempo considerados como los chicos terribles del cine americano y productores de buena parte del cine de calidad de los últimos lustros, los encargados de detectar el potencial de la historia. Parece que este año han abandonado las agresivas campañas que popularizaron en Hollywood a favor de sus producciones nominadas cada año, pero justo es decir que con El discurso del rey no necesitaban vender ninguna moto. Más allá de que se lleve el premio a la mejor película, sería un crimen que Firth no ganase, como también lo sería que éste fuese finalmente su único galardón. Aspira a más.
Estamos ante ese cine de calidad típico de los últimos tiempos, británico, sobrio, que sigue la senda de aquella maravilla que era The Queen, en la que Helen Mirren jugaba el papel decisivo que aquí juega Colin Firth. Dos personajes reales al servicio de una producción impecable, que aquí cuenta con la ventaja de tratar un tema más interesante y emotivo, frente a lo mucho que tenía la peli de Stephen Frears de documento, de cámara insertada en los pasillos y estancias de la realeza. La historia del Rey George VI, y de sus traumáticos problemas de dicción, era lo suficientemente jugosa como para que de ella naciera una película tan estimable como ésta.
La trama es conocida: El Duque de York llega al trono por la obligada renuncia de su hermano mayor Eduardo, prometido con una divorciada, todo ello con la amenaza latente del nazismo. Los esfuerzos del próximo monarca se centran en superar esa tartamudez, considerada indigna y que le impide pronunciar los discursos con la solvencia necesaria. Un logopeda, encarnado de forma magistral por Geoffrey Rush, se convertirá en el apoyo decisivo. Una historia que tenía que ser contada en una película.
Detrás de la cámara está Tom Hooper, competente representante del nuevo cine británico que ya había mostrado talento con la estupenda Damned United. Demuestra capacidad para aprovechar los valores de ese cine que siempre triunfó por sus intérpretes, a los que aquí dirige con mano sabia, y por la sobriedad narrativa que siempre le apartó del cine norteamericano, más proclive al latigazo visual.
No hay fisuras en la puesta en escena, ni en el diseño de producción. Estamos en la década de los 40, y se nota el derroche de medios, necesario para que elexcelente trabajo artístico no se quede huérfano. Al lado de Colin Firth, Geoffrey Rush y Helena Bonham-Carter, secundarios como Michael Gambon, Guy Pearce o Derek Jacobi lucen como lo que son, maestros de la escena que colaboran en la grandeza de la película. Pero el protagonista merece, sin duda, mención aparte.
Colin Firth ya era relativo favorito el año pasado por su buena interpretación en Un hombre soltero. Este año no creo que Jeff Bridges le gane en la foto finish. A falta de ver Valor de Ley, y sin desmerecer a James Franco, lo que hace Colin Firth es dar un recital, tartamudo o no, de interpretación. Tiene suerte, en mi opinión, de que la productora de The Fighter haya considerado como actor de reparto a Christian Bale (tan protagonista creo yo como Mark Wahlberg), porque éste sí podría arrebatarle el premio. Pero sus rivales finales, no. Firth se aprovechará, según algunos, del jugoso papel de hombre marcado por una minusvalía o defecto físico, pero el tartamudo al que encarna era un caramelo envenenado, un hombre que no habla con fluidez pero poseedor de intensas emociones, miradas, gestos, lágrimas y diálogos, que el actor asume con un talento infinito. Aunque para disfrutarlo plenamente, sea imprescindible, me temo, ver la película en su versión original.
Una parte del público huyó de la película, quizás ante las reticencias lógicas que en el gran sector de los espectadores puede provocar este cine casi de época. Pero el ritmo narrativo, y, sobre todo, las magistrales intepretaciones, nos hacen disfrutar de una cinta tremendamente ágil y entretenida, que permite, además conocer un suceso real, una parte de la historia de la monarquía británica que no había sido contada en la pantalla grande, y que los más ignorantes, como yo,desconocíamos. Pero para eso está el cine, con su maravillosa capacidad de formar y enseñar entreteniendo. Bendito séptimo arte...
Mi puntuación en IMDb:8.
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