Esto no lo leerá nadie, pero hay que hablar también de los clásicos, aunque sea un poquito. Hablar de una peli de 1948, en (glorioso) blanco y negro, adscrita a un género olvidado y más propio de otros tiempos (por mucho que los Coen ayuden a revitalizarlo ahora con su remake de Valor de Ley) como es el western, no suscitará el interés de los pocos que leen este blog. Pero si alguno cae, aunque sea uno, habrá merecido la pena. Y más si quien lo haga no ha visto Río Rojo y se anime a hacerlo. Estamos ante el auténtico cine "de nunca jamás", ese tópico que siempre se aplica a los clásicos, tan alejados de la forma de hacer cine que predomina en la actualidad. Pero en esta película en concreto, esa etiqueta de cine que ya no volverá jamás se adapta a la perfección. Crucemos el Río Rojo.
Precisamente esa condición de reliquia de otros tiempos creo que ha sido la característica fundamental que me ha animada a escoger esta película, como primer gran clásico del que hablo en esta nueva andadura del blog. Porque Río Rojo permite hablar de un cine pasado, de un tipo de historia que es impensable que nos encontremos hoy en las salas. Porque es justo admitir que los pocos y grandes westerns que se han estrenado en los últimos tiempos, de alguna manera o de otra, trataban de adaptarse a un público muy diferente a aquél que disfrutaba del salvaje oeste en los 40, 50 y 60. Cosas como Sin Perdón, El tren de las 3:10, Bailando con lobos, Open Range, Appaloosa y, por supuesto, la serie Deadwood, aprovechan la iconografía, los vaqueros, los indios, los revólveres y todo eso, para contar historias más o menos adaptadas a los gustos actuales. No hay en ellas ni rastro, por ejemplo, de aquellos temas comunes del western clásico, desde la pura actividad de los vaqueros, como responsables de gigantescos rebaños de reses (precisamente lo que se nos cuenta en Río Rojo), hasta un canto a la amistad y admiración en forma de flashback (por hablar de El Hombre que mató a Liberty Valance, que me ha venido a la mente), o el enfrentamiento cruel entre razas que puede verse en los Centauros del Desierto de John Ford.
La historia de Río Rojo es anacrónica, sin que haya el en término ni un mínimo aspecto peyorativo. Pero me jugaría cualquier parte de mi cuerpo a que todos quienes leamos esta entrada nos moriremos sin ver en los cines una historia semejante. Y espero que todos tardemos en morirnos. Estamos ante un relato que sirve para aprender cosas, más allá del saloon y de los duelos a muerte espalda con espalda. Es ésta la historia de unos vaqueros que recorren distancias mastodónticas a cargo de sus reses, precisamente el sentido vital de todo cowboy. Curiosamente, lo mismo que se nos contaba en Brokeback Mountain, aunque allí el protagonismo se lo llevaba la relación entre los personajes, aspecto éste en el que Ang Lee sí se cargó todos los tópicos, de manera, por cierto, maravillosa.
Estamos en 1948, en el final de una década en la que los cineastas más importantes como John Ford o Howard Hawks comenzaban a ser también productores, con el deseo de vetar las decisiones que ellos consideraban equivocadas de los responsables de las compañías con las que trabajaban hasta entonces. Howard Hawks atravesaba un difícil momento personal, que le llevaría al divorcio, y sin duda la película estaría marcada por aquella situación, que se intuye quizás en el acentuado mal humor de un John Wayne acostumbrado a ser en las películas la traslación de las marcadas personalidades de los directores con los que trabajaba. Y además el rodaje de Río Rojo estaría influenciado por las malas relaciones entre Hawks y el guionista Borden Chase, lo que no restaría ni un ápice de grandeza a la cinta.
De hecho ni éstos ni otros problemas la afectarían. Ni siquiera la acusación de plagio por parte de un Howard Hugues que sostenía que Río Rojo era una copia encubierta de su producción The outsider, cuyo plano final consideraba copiado. Pero no hay que olvidar que las relaciones entre Hawks y Hugues fueron malas durante toda su vida.
Río Rojo es una historia épica, gigantesca y maravillosa. Es un relato intergeneracional en el que unos tipos luchan por un sueño, por levantar un negocio y una forma de vida. Hay aspectos recurrentes en todo western que se precie, pero los duelos, las peleas con los indios y todas esas cosas, se presentan como secundarias. Aquí importa lo épico, las grandes extensiones de terrno árido que que los personajes recorren a cargo de los animales, como muy bien apunta esa maravillosa voz en off de Walter Brennan.
Todo es espectacular cuando los vaqueros se enfrentan a las largas distancias, pero estamos también ante una peli sobre individuos y grupos. Sobre la influencia de una personalidad marcada y carismática, la de John Wayne, eje sobre el que gira todo, el tipo duro que siempre fue, aquí con aristas suficientes como para que su rol merezca un estudio profundo. Sería un personaje difícil de aceptar en la actualidad, que chocaría, pero absolutamente necesario para entender lo que en aquel entonces se nos contaba. Frente a él, un debutante Montgomery Clift que apuntaba lo grande que sería. Duelo generacional y conflicto entre el chico acogido que crece y piensa por si mismo, y el veterano que quiere mandar por encima de todos.
Y con ellos secundarios fundamentales, comandados por un Walter Brennan que adopta el papel de viejo sabio, irónico, mordaz e hilarante, encargado de transmitirnos con su peculiar voz la grandeza de la historia, y cuya importancia sería menos en la versión del director que se conocería años después del estreno. También destaca un John Ireland solvente, como lo estaría posteriormente cuando pronunciaría aquello de "Yo soy Espartaco!". Sin olvidarnos de la maravillosa Joanne Dru, en un papel igualito al de la no menos maravillosa Angie Dickinson en Río Bravo.
Howard Hawks se mostraría con Río Rojo muy cerca de John Ford, aunque le sirviera para demostrar ante todo que era un todoterreno, capaz de parir obras maestras en los más diversos géneros. Pero Río Rojo podría pasar perfectamente por un western de Ford, de ahí el mérito de Hawks, que se acercó al género con la grandeza del más grande, con Wayne como inevitable hilo conductor.
Hay muchas cosas grandes en Río Rojo, pero yo vuelvo a señalar la consideración como película añeja, inolvidable e irrepetible. Es una oportunidad de calzarse la botas, subirse al caballo y guíar a las reses, siendo testigos de una época fundamental e histórica de un país que por momentos echa de menos aquella forma de vida. Y además de su épica, de su pretensión de gran película, hay un derroche técnico y de talento destacable, desde la primera secuencia de lucha con los indios hasta el conmovedor desenlace.
Río Rojo se estrenó en los Estados Unidos el 17 de septiembre de 1948, y mucho más tarde en España. Fue nominada al Óscar por su montaje y su guión, y el tiempo la ha puesto en el sitio que merece ocupar: la de uno de los más grandes westerns de la historia y una de las mejores películas de la historia del cine. El lugar exacto dependerá ya de los gustos de cada uno.
Pero, ante todo, y sin ánimo de ser reiterativo, es cine de nunca jamás...
Es viernes, y se ha estrenado otra de las nominadas: Valor de Ley, otro western, que versiona la estupenda peli de Henry Hathaway (precisamente con John Wayne como protagonista). La veré, y la comentaré por aquí.
Nos vemos en el cine...
Ficha en IMDb
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